Recuerdo cuando en el año 2014 me subí a un avión con destino a España. Iba con unas ganas enormes de cubrir un Mundial de baloncesto, que además se disputaba en mi país, con el añadido emocional que esto suponía por reencontrarme con antiguos amigos y compañeros. Pero en esa maleta iba también muchísima ilusión, una esperanza enorme por ver en vivo cómo mi equipo se proclamaba campeón del mundo.

Digo bien, porque si presumo de algo como periodista, es de no tener equipos. Me gusta el baloncesto, y dentro de ese deporte, los grupos capaces de despertar mi interés. Por eso he sido capaz de admirar a conjuntos de máxima rivalidad sin tener ningún problema de conciencia ni de identidad, algo que hoy en día parece prohibido. El único equipo que realmente puedo considerar como parte de mi, como el capacitado para sacarme unas lágrimas de felicidad o de tristeza, ese es el equipo nacional de baloncesto de España. Más aún después de haber tenido la oportunidad de trabajar cerca de ellos y haber conocido a muchos de sus integrantes.

En aquel final de verano del año 2014 todo estaba listo para conseguir el éxito. Un equipo de ensueño, el público a favor, un cruce con Estados Unidos que no llegaría hasta la final… ¿Qué podía salir mal? Mejor no responder a esa pregunta porque ya conocen perfectamente cómo terminó aquella historia.

No voy a esconder que aquel viaje, si bien fue altamente satisfactorio en muchas cosas, no lo fue en lo deportivo, y es que supuso una decepción del mismo tamaño que la ilusión con la que me subí a aquel avión en Miami. No solo por no haber visto cumplidas mis expectativas de aquel equipo, sino porque honestamente pensé que jamás volvería a verles como campeones en un Mundial. Era una última bala, y nos la pegamos en el pie.

Competir por encima de todo

Pasó el tiempo y debo admitir que me equivoqué. Porque si bien aquella generación maravillosa iba llegando a su fin, por detrás quedaba mucha calidad de los complementos perfectos a aquella maravillosa generación del ochenta. Los Ricky, Marc, Rudy, Llull… han ido asumiendo responsabilidades cada vez mayores, han ido creciendo y madurando, y vieron cómo se les han unido en los últimos tiempos otros jugadores que, quizás tengan menos calidad de la generación anterior, pero poseen una capacidad de trabajo y compromiso que iguala la posible carencia técnica.

Y al margen de niveles de calidad o generaciones, hay algo que viene de mucho más atrás. Hablo de la etapa de Díaz Miguel y la época en la que pasar de fase ya suponía un éxito. Desde aquella época se ha ido transmitiendo un nivel competitivo muy alto, sin importar si éramos mejores o peores, España siempre competía y complicaba las cosas al rival. Creo que es la principal virtud de este grupo de jugadores que han levantado el título en Pekín. Competir, competir y competir. Y así da igual quién se pone delante, España siempre cumple.

Con esta mezcla llegó China y su mundial, un torneo en el que honestamente no tenía puesta toda mi confianza porque sólo entrar en la lucha por las medallas me parecía una gesta épica. Me equivoqué, de nuevo, por suerte. Y como yo, creo que una inmensa mayoría de expertos en la materia. ¿Por qué este equipo ha logrado tocar el cielo sin ser la mejor nómina de jugadores que acudía al campeonato? Por una mezcla de oportunidad, buen trabajo, compromiso, fe y suerte. Se dio todo para que España sea campeona del mundo.

Una historia de superación… y defensa

El excelente trabajo de los jugadores y la magnífica gestión de Scariolo una vez más, se unieron a los errores de otros conjuntos que eran mucho más favoritos para colgarse el oro. Y en ese contexto el grupo fue creciendo, y se lo fue creyendo. Hasta el punto de volverse temibles. El partido contra Italia creo que lo cambió todo. Era a vida o muerte y tras ‘sobrevivir’, no se conformaron. Ganaron a los balcánicos, probablemente el mejor equipo del torneo, y además les sembraron de dudas que posteriormente le hicieron caer en rondas posteriores.

Lo que vino después fue una continuidad en línea ascendente. Subía la confianza, crecía el nivel, mejoraba la imagen y España planteaba sobre el parquet una defensa como pocas he visto en este deporte. Estando bien defendiendo tu aro, no importa si atraviesas momentos de crisis durante el partido. Esa para mi ha sido la clave de esta España, que aunque no funcionara el tiro exterior, no hubiera juego interior, o fallara la circulación de balón, no importaba. El otro equipo no sumaba, y eso es fundamental porque te arma mentalmente y destroza al que tienes frente a ti.

Armonía deportiva con las famosas ventanas

Lo que más me gusta del deporte es ese carácter romántico que nos regala de vez en cuando, y más aún en un mundial tan extraño como este, en el que no participó el campeón de Europa y obligó a ganarse la plaza durante las interminables ventanas FIBA. Me pareció justicia divina y una armonía perfecta que en el quinteto que cerró la final contra Argentina estuvieran jugadores como Xavi Rabaseda, Quino Colom o Javier Beirán. Era simbólico, evidentemente, pero era precioso. Aquellos que sacrificaron sus temporadas y se dejaron la piel para pelear por un puesto, fueron quienes tuvieron el honor de escuchar el bocinazo final con la camiseta de tirantes, de tocar ese último balón antes de cubrirse de oro.

No es sólo mérito de Scariolo en la gestión de grupo, es también fruto de un compromiso de estos jugadores que han estado apoyando, animando y respetando en cada momento, además de participar cuando los partidos lo han requerido. No estaban en Pekín, pero esa Copa del Mundo la han levantado hoy también Pablo Aguilar, Jaime Fernández, Fran Vázquez, Sebas Saiz, Ilimane Diop, Joan Sastre… ¡Todos! El baloncesto español merecía ser campeón del mundo por el compromiso de todos.

Tokio en el horizonte

No toca pensar todavía en eso, ahora es momento para celebrar y valorar lo que se ha logrado. Pero es difícil no ilusionarse pensando en los Juegos Olímpicos. Si se ha logrado un éxito tan grande con una profundidad de banquillo tan limitada, ¿por qué no soñar con un equipo que puedan completar Pau Gasol, Sergio Rodríguez, Nikola Mirotic o Serge Ibaka? Será otro cantar, y todavía falta un año, disfrutemos de la alegría de volver a estar en lo más alto del podio, de volver a estar en lo más alto del mundo.